A partir del año Mil, la vida diaria de los europeos empezó a cambiar gracias a invenciones como el reloj, la pólvora, las gafas o el molino, ejemplos de la habilidad de los artífices medievales. En el siglo XIII, Roger Bacon llegó a definir el «método científico» como un ciclo de cuatro fases: observación, hipótesis, experimentación y verificación. Basándose en este método desarrolló estudios de óptica que le condujeron, entre otras cosas, a diseñar las primeras gafas y a elaborar proyectos de cámaras oscuras, el precedente de la cámara fotográfica.
Bacon sintió una gran admiración por su coetáneo francés Pierre de Maricourt, quien llevó a cabo importantes investigaciones en el campo del magnetismo. Un siglo más tarde, Nicolás de Oresme demostró que que era la Tierra la que se movía y no los astros sobre ella, como hasta entonces se pensaba. En la misma centuria, el francés Jean Burilan interpretó, mediante estudios matemáticos, el movimiento de los proyectiles. Estos ejemplos muestran que, en contra de la visión tradicional de la Edad media como una época de atraso e ignorancia, en los siglos medievales las ciencias nunca se abandonaron. Es cierto que a partir del siglo V, con la caída del Imperio romano y las invasiones germánicas, muchos de los conocimientos del mundo antiguo se perdieron.
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